Según un artículo de “The Economist”, los nacidos a partir de 1997 son la generación más estresada, deprimida y obsesiva con la autoobservación. No heredaron los miedos de la generación anterior, los temores que tuvimos los que fuimos adolescentes en los 90, como el embarazo no deseado o el alcoholismo. Ellos tienen otras preocupaciones. 

Esta generación, es menos hedonista que la anterior y viven bajo el lema del deber, ya que lo más probable que la mayoría visitó una consulta psicológica antes de los 8 años, un fonoaudiólogo porque no hablaba de corrido a los 3 años, un nutricionista porque estaba pasado de peso o con una “desnutrición. Tal vez también ha sido enviado al neurólogo, porque hablaba mucho durante las clases. 

Esta generación vino con la expectativa de sus padres de ser los pequeños héroes de cambiar el mundo y el desastre que estaba quedando en todas partes; y, finalmente, terminó siendo una generación empoderada que efectivamente quiere cambiar el mundo, no depender de nadie y de nada y son los protagonistas de las revueltas sociales, ya que piensan que la democracia es una fantasía, un sueño que ya no fue y que ahora hay que manifestarse para obtener los cambios.

Son jóvenes ansiosos que esperan los cambios para el ayer, que no pueden esperar, ya que muchos tuvieron unos papás que les resolvían todos al instante y que si no lo hacían ellos, lo hacía el profesional más próximo. 

Son jóvenes que no se imaginan tener hijos, ya que tienen una inseguridad absoluta de lo que será el futuro del planeta, así que prefieren las mascotas. En la actualidad, una tienda de perros tiene definitivamente más éxito que un negocio de ropa de guagua. 

Casarse tampoco está dentro de sus planes, ya que la mayoría ha perdido la credibilidad en las instituciones. 

Claramente, esta generación no lo tiene fácil, ya que ha crecido llena de inseguridades, miedos y ansiedades. 

Por lo tanto, la droga para ellos son las benzodiacepinas, donde el aumento de su consumo ha tenido un crecimiento exponencial, especialmente en la población joven.  Necesitan los ansiolíticos para pasar el día. 

Jóvenes, donde muchos han tenido acceso a mucho más cosas materiales que la generación anterior, una mejor educación y supuestamente un mejor futuro, pero que sin embargo no son felices y muchos no saben qué hacer con su vida. 

Una generación perdida en sus anhelos y sueños, sumergida en las redes sociales y en una comunicación digital, sin un rumbo claro y sin una motivación que los hace seguir avanzando.