No es un misterio que el último tiempo, los chilenos hemos estado sometidos a grandes factores estresantes. Desde el estallido social, que ocurrió en octubre del 2019 que sin duda impactó y generó transformaciones en nuestro país y también a nivel personal, hasta la pandemia que nos ha tenido confinados y reorganizando nuestras formas de vivir desde hace más de un año.

En este contexto, vivimos momentos muy estresantes que no son fáciles de manejar muchas veces y que nos afectan a nivel emocional y relacional entre otros, según la personalidad de cada persona pero que si ha impactado profundamente y seguramente también seguirá afectando en el futuro.

Pareciera que hace más de un año, se nos está imponiendo de como vivir e incluso de que productos podemos comprar; para muchas personas es difícil entender esta imposición de las cuarentenas, de obligarnos a permanecer en casa y solo sobrevivir con dos permisos de dos horas por semana y más encima estar restringidos en cuanto a productos que se pueden comprar.

Para otros, no queda otra opción que adaptarse a ello. A pesar de generarles esta situación mucha ansiedad y angustia.  Muchos de nosotros(as) hemos llorado la muerte de alguna persona cercana; entonces, sabemos de la importancia del autocuidado y de la urgencia de mantener las medidas de cuidado mientras las cifras de mortalidad no bajen, pero por otro lado, hay personas “rebeldes” que por su estructura de personalidad, no logran adecuarse a estas estrictas medidas y no las cumplen o realizan fiestas clandestinas para continuar de alguna forma con su vida de antes. (En cuanto a los delitos contra la salud pública, la Fiscalía reporta más de 529 mil imputados a la fecha y el 60% ya tiene condena. En 13 meses de pandemia en el país más de 318 mil personas fueron condenados por los tribunales de justicia).

Por otro lado, necesitamos tomar conciencia de los daños colaterales que producen las cuarentenas; en especial, en nuestros niños, jóvenes y ancianos.

Como sostiene el filósofo coreano Han, “los distanciamientos sociales repercuten en la pérdida de los rituales habituales” como los almuerzos familiares de los fines de semana, la celebración de cumpleaños, los happy hours y tantos otros que hoy no se pueden llevar a cabo.

Predomina la comunicación digital, ya no nos encontramos en el cara a cara con la mirada del otro y empieza a aparecer una especie de vacío al que no siempre le ponemos palabras. Entonces nos encontramos con personas cansadas, tristes, desesperanzadas, plagadas de nostálgicos recuerdos, de esos sentimientos que nos acompañaron en otras épocas.

Quienes trabajamos en salud mental podemos darnos cuenta que la depresión, la falta de sentido, la angustia, la ansiedad empieza a surgir en el alma de los chilenos. Indudablemente es un daño colateral de esta pandemia, que no aparece explícitamente en las cifras oficiales diarias.

Nada puede reemplazar el cara a cara, el sentir al otro u otra frente a frente y no a través de una pantalla neutral. No podemos olvidar lo que implica la ausencia presente del otro(a), la falta que nos hacen los abrazos, las miradas, los besos o tan solo compartir un café para acortar el día. Necesitamos hacernos cargo de los dolores que provocan estas ausencias. Es un dolor sutil, silencioso, que ha invadido los hogares chilenos y frente al que cada uno, desde la individualidad, ha debido enfrentar en solitario y según las herramientas personales con las que cuenta cada uno/a.

(*) Un reciente estudio de la consultora Ipsos revela que un 56% de los chilenos consultados reconoció que su vida empeoró mentalmente desde que se inició la pandemia de covid-19, una cifra que sólo es superada por Turquía, que tiene un 61% de personas con dolencias mentales, y que se iguala a la situación de Hungría, también con un 56% de casos, y supera a Italia, con un 54 por ciento. En Sudamérica, sólo Brasil alcanza cifras similares a las de Chile, pero con un 53% de personas con problemas mentales.